domingo, 25 de octubre de 2020

SEMANA 5 Y 6: 26 DE OCTUBRE AL 06 DE NOVIEMBRE

 SEMANA 5 Y 6: 26 DE OCTUBRE AL 06 DE NOVIEMBRE 


Texto 1:
FEDRO
[Fragmento]
Platón

Sobre su inmortalidad, pues, basta con lo dicho. Acerca de su idea debe decirse lo siguiente: descubrir
cómo es el alma sería cosa de una investigación en todos los sentidos y totalmente divina, además de larga; pero decir a qué es semejante puede ser el objeto de una investigación humana y más breve; procedamos, por consiguiente, así. Es, pues, semejante el alma a cierta fuerza natural que mantiene unidos un carro y su auriga, sostenidos por alas. Los caballos y aurigas de los dioses son todos ellos buenos y constituidos de buenos elementos; los de los demás están mezclados. En primer lugar, tratándose de nosotros, el conductor guía una pareja de caballos; después, de los caballos, el uno es hermoso, bueno y constituido de elementos de la misma índole; el otro está constituido de elementos contrarios y es él mismo contrario. En consecuencia, en nosotros resulta necesariamente dura y difícil la conducción.

Hemos de intentar ahora decir cómo el ser viviente ha venido a llamarse "mortal" e "inmortal". Toda
alma está al cuidado de lo que es inanimado, y recorre todo el cielo, revistiendo unas veces una forma y
otras otra. Y así, cuando es perfecta y alada, vuela por las alturas y administra todo el mundo; en cambio, la que ha perdido las alas es arrastrada hasta que se apodera de algo sólido donde se establece tomando un cuerpo terrestre que parece moverse a sí mismo a causa de la fuerza de aquella, y este todo, alma y cuerpo unidos, se llama ser viviente y tiene el sobrenombre de mortal. En cuanto al inmortal, no hay ningún razonamiento que nos permita explicarlo racionalmente; pero, no habiéndola visto ni comprendido de un modo suficiente, nos forjamos de la divinidad una idea representándonosla como un ser viviente inmortal, con alma y cuerpo naturalmente unidos por toda la eternidad. Esto, sin embargo, que sea y se exponga como agrade a la divinidad. Consideremos la causa de la pérdida de las alas, y por la que se le desprenden al alma. Es algo así como lo que sigue. 

La fuerza del ala consiste, naturalmente, en llevar hacia arriba lo pesado, elevándose por donde habita la raza de dioses, y así es, en cierto modo, de todo lo relacionado con el cuerpo, lo que en más grado participa de lo divino. Ahora bien: lo divino es hermoso, sabio, bueno, y todo lo que es de esta índole; esto es, pues, lo que más alimenta y hace crecer las alas; en cambio, lo vergonzoso, lo malo, y todas las demás cosas contrarias a aquellas, las consume y las hace perecer. Pues bien: el gran jefe del cielo, Zeus, dirigiendo su carro alado, marcha el primero, ordenándolo todo y cuidándolo. Le sigue un ejército de dioses y demonios ordenado en once divisiones pues Hestia queda en la casa de los dioses, sola. Todos los demás clasificados en el número de los doce y considerados como dioses directores van al frente de la fila que a cada uno ha sido asignada. Son muchos en verdad, y beatíficos, los espectáculos que ofrecen las rutas del interior del cielo que la raza de los bienaventurados recorre llevando a cabo cada uno su propia misión, y los sigue el que persevera en el querer y en el poder, pues la Envidia está fuera del coro de los dioses. Ahora bien, siempre que van al banquete y al festín, marchan hacia las regiones escarpadas que conducen a la cima de la bóveda del cielo. Por allí, los carros de los dioses, bien equilibrados y dóciles a las riendas, marchan fácilmente, pero los otros con dificultad, pues el caballo que tiene mala constitución es pesado e inclina hacia la tierra y fatiga al auriga que no lo ha alimentado convenientemente. Allí se encuentra el alma con su dura y fatigosa prueba. Pues las que se llaman inmortales, cuando han alcanzado la cima, saliéndose fuera, se alzan sobre la espalda del cielo, y al alzarse se las lleva el movimiento circular en su órbita, y contemplan lo que está al otro lado del cielo.

A este lugar supraceleste, no lo ha cantado poeta alguno de los de aquí abajo, ni lo cantará jamás como
merece, pero es algo como esto -ya que se ha de tener el coraje de decir la verdad, y sobre todo cuando es de ella de la que se habla-: porque, incolora, informe, intangible esa esencia cuyo ser es realmente ser, vista sólo por el entendimiento, piloto del alma, y alrededor de la que crece el verdadero saber, ocupa, precisamente, tal lugar. Como la mente de lo divino se alimenta de un entender y saber incontaminado, lo mismo que toda alma que tenga empeño en recibir lo que le conviene, viendo, al cabo del tiempo, el ser, se llena de contento, y en la contemplación de la verdad, encuentra su alimento y bienestar, hasta que el movimiento, en su ronda, la vuelva a su sitio. En esta giro, tiene ante su vista a la misma justicia, tiene antes su vista a la sensatez, tiene ante su vista a la ciencia, y no aquella a la que le es propio la génesis, ni la que, de algún modo, es otra al ser en otro -en eso otro que nosotros llamamos entes-, sino esa ciencia que es de lo que verdaderamente es ser. Y habiendo visto, de la misma manera, todos los otros seres que de verdad son, y nutrida de ellos, se hunde de nuevo en el interior del cielo, y vuelve a su casa. Una vez que ha llegado, el auriga detiene los caballos ante el pesebre, le echa pienso y ambrosía, y los abreva con néctar.

Tal es pues la vida de los dioses. De las otras almas, la que mejor ha seguido al dios y más se le parece,
levanta la cabeza del auriga hacia el lugar exterior, siguiendo, en su giro, el movimiento celeste, pero,
soliviantada por los caballos, apenas si alcanza a ver los seres. Hay alguna que, a ratos, se alza, a ratos se hunde y, forzada por los caballos, ve unas cosas sí y otras no. Las hay que, deseosas todas de las alturas, siguen adelante, pero no lo consiguen y acaban sumergiéndose en ese movimiento que las arrastra, pateándose y amontonándose, al intentar ser unas más que otras. Confusión, pues, y porfías y supremas fatigas donde, por torpeza de los aurigas, se quedan muchas renqueantes, y a otras muchas se les parten muchas alas. Todas, en fin, después de tantas penas, tiene que irse sin haber podido alcanzar la visión del ser; y, una vez que se han ido, les queda sólo la opinión por alimento. El porqué de todo este empeño por divisar dónde está la llanura de la Verdad, se debe a que el pasto adecuado para la mejor parte del alma es el que viene del prado que allí hay, y el que la naturaleza del ala, que hace ligera al alma, de él se nutre. Así es, pues, el precepto de Adrastea. Cualquier alma, que, en el séquito de lo divino, haya vislumbrado algo de lo verdadero, estará indemne hasta el próximo giro y, siempre que haga lo mismo, estará libre de daño. Pero cuando, por no haber podido seguirlo, no lo ha visto, y por cualquier azaroso suceso se va gravitando llena de olvido y dejadez, debido a este lastre, pierde las alas y cae a tierra. 

Platón
Fedro, 246 a 2- 248 d




COMPROMISO...

Actividad 1 en clase:

1. Representa gráficamente del mito presente en el Fedro sobre la forma y las partes del alma según Platón.



jueves, 15 de octubre de 2020

ENTREGABLE CORTE 1 CUARTO PERIODO

 ENTREGABLE CORTE 1 CUARTO PERIODO 

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SEMANAS 3 Y 4: 13 AL 23 DE OCTUBRE

 SEMANAS 3 Y 4: 13 AL 23 DE OCTUBRE


 

Texto 6:

DEL SUICIDIO

 

[…]

 

     Supongamos que no está ya en mi poder promover interés del Estado. Supongamos que soy una carga para él. Supongamos que mi vida evita que otra persona sea más útil para el bien público. En tales casos, mi dimisión de la vida no sería sólo inocente, sino loable. Y la mayor parte de las personas que sienten alguna tentación de abandonar la existencia se encuentran en una situación semejante. Quienes gozan de salud, de poder o de autoridad suelen tener mejores razones para estar a buenas con el mundo.

    Un hombre interviene en una conspiración en pro del interés público, es detenido bajo sospecha y se le amenaza con someterle al potro. Sabe, por su debilidad, que le harán confesar su secreto. ¿Podría una persona así servir mejor al interés público que poniendo fin a su miserable vida? Éste fue el caso del famoso y valeroso Strozzi de Florencia.

     Imaginemos ahora a un malhechor justamente condenado a una muerte infame. ¿Puede pensarse en una razón por la cual no puede anticipar su castigo y librarse de la angustia que le provoca su aproximación a él? Se entromete en la función de la providencia en no mayor medida que lo hiciera el juez que ordenó su ejecución, y su muerte voluntaria es asimismo beneficiosa para la sociedad, al librarla de un miembro pernicioso.

     Que el suicidio pueda a menudo ser coherente con el interés y con las obligación para con nosotros mismos no puede cuestionarlo nadie que conceda que la edad, la enfermedad o la desgracia pueden hacer que la vida sea una carga y se convierta en algo peor que su aniquilamiento. Yo creo que nadie dejaría la vida mientras valiera la pena conservarla. Pues es tal el horror natural que nos inspira la muerte, que los pequeños motivos nunca podrán reconciliarnos con ella. Y, aunque tal vez la salud y la suerte de una persona no parecieran requerir tal remedio, podemos al menos tener la seguridad de que cualquiera que, sin razón aparente, recurre a él estará aquejado de tal depravación o melancolía de ánimo que envenena todo su disfrute y la sumerge en una miseria cual si hubieran caído sobre ella las más penosas desgracias.

    Si se da por supuesto que el suicidio es un crimen, solamente la cobardía nos puede impulsar a cometerlo. Si no es un crimen, son la prudencia y el valor los que nos llevan a dejar la existencia de una vez, cuando se convierte para nosotros en una carga. Es la única manera en la que, en tal caso, podemos ser útiles para la sociedad, estableciendo un ejemplo que, si fuera imitado, preservaría las oportunidades de felicidad en la vida de cada uno, y le libraría eficazmente de todo peligro de caer en la miseria.

David Hume

Del Suicidio [apartado]

 

Compromiso. 

Semana 1 y 2: del 14 al 24 de julio de 2020

Mapa mental concepto del suicido con base en el Texto de Hume que se encuentra en el módulo. Para profundizar y ampliar la información del mapa navega en internet sobre las principales causas de esta flagelo, sus repercusiones sociales, culturales y de salud pública. 


Texto 5:

* * *

No corremos hacia la muerte; huimos de la catástrofe del nacimiento. Nos debatimos como sobrevivientes que tratan de olvidarla. El miedo a la muerte no es sino la proyección hacia el futuro de otro miedo que se remonta a nuestro primer momento.

Nos repugna, es verdad, considerar al nacimiento una calamidad: ¿acaso no nos han inculcado que se trata del supremo bien y que lo peor se sitúa al final, y no al principio, de nuestra carrera? Sin embargo, el mal, el verdadero mal, está detrás, y no delante de nosotros. Lo que a Cristo se le escapó, Buda lo ha comprendido: «Si tres cosas no existieran en el mundo, oh discípulos, lo Perfecto no aparecería en el mundo...» Y antes que la vejez y que la muerte, sitúa el nacimiento, fuente de todas las desgracias y de todos los desastres.

* * *

Cuando pienso en tantos amigos que ya no existen, siento lástima por ellos. Sin embargo, no resultan tan dignos de compasión, pues han resuelto todos sus problemas, empezando por el de la muerte.

* * *

Durante años, durante una vida, pensar sólo en los últimos momentos para comprobar, cuando por fin se acerca uno a ellos, que ha sido inútil, que la idea de la muerte ayuda a todo, salvo a morir.

* * *

Siempre que no pienso en la muerte tengo la impresión de trampear, de engañar a alguien dentro de mí.

* * *

Se nos ha enseñado tanto a aferrarnos a las cosas, que cuando queremos liberarnos de ellas no sabemos cómo hacerlo. Y si la muerte no viniera a ayudarnos, nuestra terquedad por subsistir nos haría encontrar una fórmula de existencia más allá del desgaste, más allá de la misma senilidad.

* * *

De nada vale decir: la muerte es lo mejor que la Naturaleza encontró para contentar a todo el mundo. Con cada uno de nosotros todo se desvanece, todo cesa para siempre. ¡Qué ventaja, qué abuso! Sin el menor esfuerzo por nuestra parte disponemos del universo, lo arrastramos en nuestra desaparición. Decididamente morir es lo inmoral...

* * *

El hombre acepta la muerte pero no la hora de su muerte. Morir cuando sea, salvo cuando haya que morir.

* * *

Me decía usted que la muerte no existe. Estoy de acuerdo a condición de precisar en el acto que nada existe. Conceder realidad a cualquier cosa y negársela a lo que parece tan manifiestamente real, es pura extravagancia.

* * *

La vida no es nada; la muerte es todo. Sin embargo, no existe algo que sea la muerte independientemente de la vida. Y es justamente esa ausencia de realidad distinta, autónoma, lo que hace a la muerte universal; no tiene un dominio propio, es omnipresente como todo lo que carece de identidad, de límite y de decoro: una infinidad indecente.

* * *

En el fondo cada cual se cree y se siente inmortal, aunque sepa que va expirar dentro de un instante. Se puede comprender todo, admitir todo, imaginar todo, salvo la propia muerte, aunque se piense en ella sin descanso y se esté resignado.

* * *

Aquella mañana en el matadero miraba a las bestias que encaminaban a la matanza. Casi todas, en el último momento, se negaban a avanzar. Para decidirlas, les golpeaban las patas traseras.

* * *

Esta escena se me representa a menudo cuando, rechazado por el sueño, no tengo fuerzas para afrontar el suplicio cotidiano del tiempo.

* * *

Lo que cada cual espera desde siempre, tenga o no paciencia, es evidentemente la muerte. Pero sólo lo sabe cuando llega... cuando ya es demasiado tarde para gozar de ella.

* * *

La muerte no es absolutamente inútil. Después de todo gracias a ella nos será dado recobrar el espacio anterior al nacimiento, nuestro único espacio...

* * *

La muerte es la providencia para aquellos que han tenido el gusto y el don del fracaso, es la recompensa para todos los que no han logrado nada, que nada tenían que lograr... Les da la razón, es su triunfo. Por el contrario, para los otros, los que han luchado por tener éxito y lo han logrado, qué chasco, qué bofetón.

 

E. M. Cioran

Del inconveniente de haber nacido [aforismos seleccionados] 




CUARTO PERIODO: SEMANAS 1 Y 2: 21 DE SEPTIEMBRE AL 02 DE OCTUBRE

 CUARTO PERIODO: SEMANAS 1 Y 2: 21 DE SEPTIEMBRE AL 02 DE OCTUBRE 


HILO CONDUCTOR:

¿Qué somos nosotros como seres pensantes? 

TÓPICO GENERATIVO:

“ LAS PROFUNDIDADES DEL YO Y EL PROBLEMA DE LA LIBERTAD”

META ESPECÍFICA: 

El estudiante comprenderá los diferentes móviles que pueden determinar nuestra conducta. 

TÓPICOS ESPECÍFICOS: 

Alma Humana

La Cognición: Etapas del Aprendizaje, representación simbólica, desarrollo neurológico.

La conducta: Móviles de las acciones.  

La Conciencia: Inconsciente. Consciente y pre-consciente.  

DESEMPEÑOS:

El estudiante comprende el origen y la importancia de la psicología en la historia de la Filosofía.

 El estudiante comprende las condiciones de la investigación psicológica en relación con sus métodos.

 El estudiante reconoce las orientaciones de la psicología en la exploración de la naturaleza del propio yo. 

Continuemos aprendiendo sobre antropología... 

Texto 3:

 

EL PROBLEMA EN LA IDEA DEL HOMBRE

Si se pregunta a un europeo culto lo que piensa al oír la palabra hombre, casi siempre empezarán a rivalizar en su cabeza tres círculos de ideas, totalmente inconciliables entre sí. Primero, el círculo de ideas de la tradición judeocristiana: Adán y Eva, la creación, el Paraíso, la caída. Segundo, el círculo de ideas de la antigüedad clásica; aquí la conciencia que el hombre tiene de sí mismo se elevó por primera vez en el mundo a un concepto de su posición singular mediante la tesis de que el hombre es hombre porque posee “razón”, logos, fronesis, ratio, mens, etc., donde logos significa tanto la palabra como la facultad de apresar el “qué” de todas las cosas. Con esta concepción se enlaza estrechamente la doctrina de que el universo entero tiene por fondo una “razón” sobrehumana, de la cual participa el hombre y sólo el hombre entre todos los seres. El tercer círculo de ideas es el círculo de las ideas forjadas por la ciencia moderna de la naturaleza y por la Psicología genética y que se han hecho tradicionales también hace mucho tiempo; según estas ideas, el hombre sería un producto final y muy tardío de la evolución del planeta Tierra, un ser que sólo se distinguiría de sus precursores en el reino animal por el grado de complicación con que se combinarían en él energía y facultades que en sí ya existen en la naturaleza infrahumana. Esos tres círculos de ideas carecen entre sí de toda unidad. Poseemos, pues, una antropología científica, otra filosófica y otra teológica, que no se preocupan una de otra. Pero no poseemos una idea unitaria del hombre. Por otra parte, la multitud siempre creciente de ciencias especiales que se ocupan del hombre, ocultan la esencia de éste mucho más de lo que la iluminan, por valiosas que sean. Si se considera, además, que los tres citados círculos de ideas tradicionales están hoy fuertemente quebrantados, y de un modo muy especial la solución darwinista al problema del origen del hombre, cabe decir que en ninguna época de la historia ha resultado el hombre tan problemático para sí mismo como en la actualidad  […].

 

Max Scheler

El puesto del hombre en el cosmos [apartado]

Actividad 4 en clase:

 

A partir del texto de Scheler, esquematiza los tres círculos de ideas en los cuales se puede enmarcar la antropología tradicional. Luego, en el esquema siguiente, desarrolla cada teoría y plantea con qué circulo cada una de ellas puede tener relación.

jueves, 17 de septiembre de 2020

SEMANA 11: 14 AL 18 DE SEPTIEMBRE

 SEMANA 11: 14 AL 18 DE SEPTIEMBRE 


Texto 2:

 

LAS PREGUNTAS DE KANT

 

2

     Kant ha sido quien con mayor agudeza ha señalado la tarea propia de una antropología filosófica. En el Manual que contiene sus cursos de lóogica, que no fue editado por él mismo ni reproduce literalmente los apuntes que le sirvieron de base, pero que sí aprobó expresamente, distingue una filosofía en el sentido académico y un filosofía en el sentido cósmico (in sensu cosmico). Caracteriza a ésta como la “ciencia de los fines últimos de la razón humana”, o como la “ciencia de las máximas supremas del uso de nuestra razón”. Según él, se puede delimitar el campo de esta filosofía en sentido universal mediante estas cuatro preguntas: “1.—¿Qué puedo saber? 2.—¿Qué debo hacer? 3.—¿Qué me cabe esperar? 4.—¿Qué es el hombre? A la primera pregunta responde la metafísica, a la segunda la moral, a la tercera la religión y a la cuarta la antropología.” Y añade Kant: “En el fondo, todas estas disciplinas se podrían refundir en la antropología, porque las tres primeras cuestiones revierten en la última.”

 

[…]

 

     Pero, cosa sorprendente, ni la antropología que publicó el mismo Kant ni las nutridas lecciones de antropologaí que fueron publicadas mucho después de su muerte nos ofrecen nada que se parezca a lo que él exigía de una antropología filosófica. Tanto por su intención declarada como por todo su contenido ofrecen algo muy diferente: toda una plétora de preciosas observaciones sobre el conocimiento del hombre, por ejemplo, acerca del egoísmo, de la sinceridad y la mendacidad, de la fantasía, el don profético, el sueño, las enfermedades mentales, el ingenio. Pero para nada se ocupa de qué sea el hombre ni toca seriamente ninguno de los problemas que esa cuestión trae consigo: el lugar especial que al hombre corresponde en el cosmos, su relación con el destino y con el mundo de las cosas, su comprensión de sus congéneres, su existencia como ser que sabe que ha de morir, su actitud en todos los encuentros, ordinarios y extraordinarios, con el misterio, que componen la trama de su vida. En esa antropología no entra la totalidad del hombre. Parece como si Kant hubiera tenido reparos en plantear realmente, filosofando, la cuestión que considera como fundamental.

 

     Un filósofo de nuestros días, Martin Heidegger, que se ha ocupado (en su Kant und das Problem der Metaphysik, 1929) de esta extraña contradicción, la explica por el carácter indeterminado de la cuestión o pregunta “qué sea el hombre”. Porque el modo mismo de preguntar por el hombre es lo que se habría hecho problemático. En las tres primeras cuestiones de Kant se trata de la finitud del hombre. “¿Qué puedo saber?” implica un no poder, por lo tanto, una limitación “¿Qué debo hacer?” supone algo con lo que no se ha cumplido todavía, también, pues, una limitación; y “¿Qué me cabe esperar?” significa que al que pregunta le está concedida una expectativa y otra le es negada, y también tenemos otra limitación. La cuestión cuarta sería, pues, la que pregunta por la “finitud del hombre”, pero ya no se trata de una cuestión antropológica, puesto que preguntamos por la esencia de nuestra existencia. En lugar, pues, de la antropología, tendríamos como fundamento de la metafísica la ontología fundamental.

 

     Pero adondequiera que nos lleve este resultado, hay que reconocer que no se trata ya de un resultado kantiano. Heidegger ha desplazado el acento de las tres interrogaciones kantianas. Kant no pregunta: “¿Qué puedo conocer?”, sino “¿Qué puedo conocer?” Lo esencial en el caso no es que yo sólo puedo algo y que otro algo no puedo; no es lo esencial que yo únicamente sé algo y dejo de saber también algo; lo esencial es que, en general, puedo saber algo, y que por eso puedo preguntar qué es lo que puedo saber. No se trata de mi finitud sino de mi participación real en el saber de lo que hay por saber. Y del mismo modo, “¿Qué debo hacer?” significa que hay un hacer que yo debo, que no estoy, por tanto, separado del hacer justo, sino que, por eso mismo que puedo experimentar mi deber, encuentro abierto el acceso al hacer. Y, por último, tampoco el “¿Qué me cabe esperar?” quiere decir, como pretende Heidegger, que se hace cuestionable la expectativa, y que en el esperar se hace presente la renuncia a lo que no cabe esperar, sino que, por el contrario, nos da a entender, en primer lugar, que hay algo que cabe esperar (pues Kant no piensa, claro está, que la respuesta a la pregunta habría de ser: ¡Nada!), y en segundo, que me es permitido esperarlo, y, en tercero, que, por lo mismo que me es permitido, puedo experimentar qué sea lo que puedo esperar. Esto es lo que Kant dice.

 

     Y el sentido de la cuarta pregunta, a la que pueden reducirse las tres anteriores, sigue siendo en Kant éste: ¿Qué tipo de criatura será ó﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽ndo, que me es permi- a travgantes sean concisos y aclaren pasajes oscuros o difinterpretaciseñalados

ésta que puede saber, debe hacer y le cabe esperar? Y que las tres cuestiones primeras puedan reducirse a esta última quiere decir: el conocimiento esencial de este ser me pondrá de manifiesto qué es lo que, como tal ser, puede conocer, qué es lo que, como tal ser, debe hacer, y qué es lo que, también como tal ser, le cabe esperar. Con esto se ha dicho, a su vez, que con la finitud que supone el que solamente se puede saber esto, va ligada indisolublemente la participación en lo infinito, participación que se logra por el mero hecho de poder saber. Y se ha dicho también que con el conocimiento de la finitud del hombre se nos da al mismo tiempo el conocimiento de su participación en lo infinito, y no como dos propiedades yuxtapuestas, sino como la duplicidad del proceso mismo en el que se hace cognoscible verdaderamente la existencia del hombre. Lo finito actúa en ella, y también lo infinito; el hombre participa en lo finito y también participa en lo infinito.

 

     Ciertamente, Kant no ha respondido ni siquiera intentado responder a la pregunta que enderezó a la antropología: ¿Qué es el hombre? Desarrolló en sus lecciones una antropología bien diferente de la que él mismo pedía, una antropología que, con criterio histórico-filosófico, se podría calificar de anticuada trabada aun con la antropografía de los siglos XVII y XVIII, tan poco crítica. Pero la formulación de la misión que asignó a la antropología filosófica que propugnaba constituye un legado al que no podemos renunciar.

 

Martin Bubber

¿Qué es el hombre? [aparatado]

1. Responde en parejas las siguientes preguntas a partir de lo mencionado en el texto:

 

a)      Según el autor, ¿cómo interpreta Heidegger la antropología de Kant?

b)      ¿Cómo Heidegger relaciona la “infinitud” con la naturaleza humana?

c)      ¿Creen que las tres preguntas kantianas realmente sintetizan la preocupación de la antropología?, ¿sacarías una o agregarías otra?

 

2. Realiza un listado de por lo menos cinco temas que un filósofo antropólogo debe atender sobre la naturaleza del hombre y presenta un posible modo de tratarlos.



lunes, 14 de septiembre de 2020

SEMANAS 9 Y 10: 31 AGOSTO AL 11 DE SEPTIEMBRE

SEMANAS 9 Y 10: 31 AGOSTO AL 11 DE SEPTIEMBRE

TALLER PRE-BIMESTRAL 

1.      Cuando Hobbes plantea que el hombre no es un animal político por naturaleza, a diferencia de Aristóteles, dice que la mayor parte de los que han escrito sobre las repúblicas suponen que el hombre es un animal político, nacido con cierta disposición natural a la sociedad. Pero si se consideran más de cerca las causas por las cuales los hombres se reúnen en sociedad, pronto aparecerá que esto no sucede sino accidentalmente y no por una disposición especial de la naturaleza. Explique qué quiere expresar Hobbes con este planteamiento. 

2.     La razón por la cual el hombre es un ser social, más que cualquier abeja y que cualquier animal gregario, es evidente: la naturaleza, como decimos, no hace nada en vano, y el hombre es el único animal que tiene palabra. Pues la voz es signo del dolor y del placer, y por eso la poseen también los demás animales, porque su naturaleza llega hasta tener sensación de dolor y de placer e indicársela unos a otros. Pero la palabra es para manifestar lo conveniente y lo perjudicial, así como lo justo y lo injusto. (Aristóteles, Libro I de la Política). A partir de lo manifestado por Aristóteles ¿Qué podemos decir del hombre que calla frente a la injusticia?


3.     De la igualdad procede la desconfianza. De esta igualdad en cuanto a la capacidad se deriva la igualdad de esperanza respecto a la consecución de nuestros fines. Esta es la causa de que si dos hombres desean la misma cosa, y en modo alguno pueden disfrutarla ambos, se vuelven enemigos, y en el camino que conduce al fin (que es, principalmente, su propia conservación, y a veces su delectación tan sólo) tratan de aniquilarse o sojuzgarse uno a otro. (Hobbes, El Leviatán). Desde esta perspectiva ¿Cómo podemos entender la guerra? 

4.     Según Hobbes, aquello que los hombres desean se dice que también lo aman, y que odian aquellas cosas por las que sienten aversión. Por lo que el deseo y el amor son la misma cosa; salvo que por deseo queramos siempre decir ausencia de objeto, y por amor casi siempre presencia del mismo. A partir de lo anterior ¿Cómo podemos entender la relación entre lo que se desea y se ama?


5.     “La cultura “helénica” llegó a ser “helenística” al difundirse entre los diversos pueblos y razas. Esta difusión comportó, fatalmente, una pérdida de profundidad y pureza. La cultura helénica, al entrar en contacto con tradiciones y creencias diversas, debía necesariamente asimilar algunos elementos”. A partir de lo anterior ¿Qué podemos decir de la cultura helenística en relación con la cultura helénica?