SEMANAS 3 y 4: 21 AL 31 DE JULIO
DE LA CONDICIÓN NATURAL DE LA HUMANIDAD EN LO
CONCERNIENTE
A SU FELICIDAD Y SU MISERIA
L
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a Naturaleza ha hecho a los hombres tan iguales
en las facultades del cuerpo y del espíritu que, si bien un hombre es, a veces,
evidentemente, más fuerte de cuerpo o más sagaz de entendimiento que otro,
cuando se considera en conjunto, la diferencia entre hombre y hombre no es tan
importante que uno pueda reclamar, a base de ella, para sí mismo, un beneficio
cualquiera al que otro no pueda aspirar como él. En efecto, por lo que respecta
a la fuerza corporal, el más débil tiene bastante fuerza para matar al más
fuerte, ya sea mediante secretas maquinaciones o confederándose con otro que se
halle en el mismo peligro que él se encuentra.
En cuanto a las facultades mentales (si se
prescinde de las artes fundadas sobre las palabras, y, en particular, de la
destreza en actuar según reglas generales e infalibles, lo que se llama
ciencia, arte que pocos tienen, y aun éstos en muy pocas cosas, ya que no se
trata de una facultad innata, o nacida con nosotros, ni alcanzada, como la
prudencia, mientras perseguimos algo distinto) yo encuentro aún una igualdad más
grande, entre los hombres, que en lo referente a la fuerza. Porque la prudencia
no es sino experiencia; cosa que todos los hombres alcanzan por igual, en
tiempos iguales, y en aquellas cosas a las cuales se consagran por igual. Lo
que acaso puede hacer increíble tal igualdad, no es sino un vano concepto de la
propia sabiduría, que la mayor parte de los hombres piensan poseer en más alto
grado que el común de las gentes, es decir, que todos los hombres con excepción
de ellos mismos y de unos pocos más a quienes reconocen su valía, ya sea por la
fama de que gozan o por la coincidencia con ellos mismos. Tal es, en efecto, la
naturaleza de los hombres que si bien reconocen que otros son más sagaces, más
elocuentes o más cultos, difícilmente llegan a creer que haya muchos tan sabios
como ellos mismos, ya que cada uno ve su propio talento a la mano, y el de los demás
hombres a distancia. Pero esto es lo que mejor prueba que los hombres son en
este punto más bien iguales que desiguales. No hay, en efecto y de ordinario,
un signo más claro de distribución igual de una cosa, que el hecho de que cada
hombre esté satisfecho con la porción que le corresponde.
De la igualdad procede la desconfianza. De esta
igualdad en cuanto a la capacidad se deriva la igualdad de esperanza respecto a
la consecución de nuestros fines. Esta es la causa de que si dos hombres desean
la misma cosa, y en modo alguno pueden disfrutarla ambos, se vuelven enemigos,
y en el camino que conduce al fin (que es, principalmente, su propia conservación,
y a veces su delectación tan sólo) tratan de aniquilarse o sojuzgarse uno a
otro. De aquí́ que un agresor no teme otra cosa que el poder singular de otro
hombre; si alguien planta, siembra, construye o posee un lugar conveniente,
cabe probablemente esperar que vengan otros, con sus fuerzas unidas, para
desposeerle y privarle, no sólo del fruto de su trabajo, sino también de su
vida o de su libertad. Y el invasor, a su vez, se encuentra en el mismo peligro
con respecto a otros.
De la desconfianza, la guerra. Dada esta situación
de desconfianza mutua, ningún procedimiento tan razonable existe para que un
hombre se proteja a sí mismo, como la anticipación, es decir, el dominar por
medio de la fuerza o por la astucia a todos los hombres que pueda, durante el
tiempo preciso, hasta que ningún otro poder sea capaz de amenazarle. Esto no es
otra cosa sino lo que requiere su propia conservación, y es generalmente
permitido. Como algunos se complacen en contemplar su propio poder en los actos
de conquista, prosiguiéndolos más allá de lo que su seguridad requiere, otros,
que en diferentes circunstancias serian felices manteniéndose dentro de límites
modestos, si no aumentan su fuerza por medio de la invasión, no podrán
subsistir, durante mucho tiempo, si se sitúan solamente en plan defensivo. Por
consiguiente siendo necesario, para la conservación de un hombre aumentar su
dominio sobre los semejantes, se le debe permitir también.
Además, los hombres no experimentan placer
ninguno (sino, por el contrario, un gran desagrado) reuniéndose, cuando no
existe un poder capaz de imponerse a todos ellos. En efecto, cada hombre
considera que su compañero debe valorarlo del mismo modo que él se valora a sí
mismo. Y en presencia de todos los signos de desprecio o subestimación, procura
naturalmente, en la medida en que puede atreverse a ello (lo que entre quienes
no reconocen ningún poder común que los sujete, es suficiente para hacer que se
destruyan uno a otro), arrancar una mayor estimación de sus contendientes, infligiéndoles
algún daño, y de los demás por el ejemplo.
Así́ hallamos en la naturaleza del hombre tres
causas principales de discordia. Primera, la competencia; segunda, la
desconfianza; tercera, la gloria.
La primera causa impulsa a los hombres a
atacarse para lograr un beneficio; la segunda, para lograr seguridad; la
tercera, para ganar reputación. La primera hace uso de la violencia para
convertirse en dueña de las personas, mujeres, niños y ganados de otros
hombres; la segunda, para defenderlos; la tercera, recurre a la fuerza por
motivos insignificantes, como una palabra, una sonrisa, una opinión distinta,
como cualquier otro signo de subestimación, ya sea directamente en sus personas
o de modo indirecto en su descendencia, en sus amigos, en su nación, en su profesión
o en su apellido.
Fuera del estado civil hay siempre guerra de
cada uno contra todos. Con todo ello es manifiesto que durante el tiempo en que
los hombres viven sin un poder común que los atemorice a todos, se hallan en la
condición o estado que se denomina guerra; una guerra tal que es la de todos
contra todos. Porque la GUERRA no consiste solamente en batallar, en el acto de
luchar, sino que se da durante el lapso de tiempo en que la voluntad de luchar
se manifiesta de modo suficiente. Por ello la noción del tiempo debe ser tenida
en cuenta respecto a la naturaleza de la guerra, como respecto a la naturaleza
del clima. En efecto, así como la naturaleza del mal tiempo no radica en uno o
dos chubascos, sino en la propensión a llover durante varios días, así́ la
naturaleza de la guerra consiste no ya en la lucha actual, sino en la disposición
manifiesta a ella durante todo el tiempo en que no hay seguridad de lo
contrario. Todo el tiempo restante es de paz.
Son incomodidades de una guerra semejante. Por
consiguiente, todo aquello que es consustancial a un tiempo de guerra, durante
el cual cada hombre es enemigo de los demás, es natural también en el tiempo en
que los hombres viven sin otra seguridad que la que su propia fuerza y su
propia invención pueden proporcionarles. En una situación semejante no existe
oportunidad para la industria, ya que su fruto es incierto; por consiguiente no
hay cultivo de la tierra, ni navegación, ni uso de los artículos que pueden ser
importados por mar, ni construcciones confortables, ni instrumentos para mover
y remover las cosas que requieren mucha fuerza, ni conocimiento de la faz de la
tierra, ni cómputo del tiempo, ni artes, ni letras, ni sociedad; y lo que es
peor de todo, existe continuo temor y peligro de muerte violenta; y la vida del
hombre es solitaria, pobre, tosca, embrutecida y breve.
A quien no pondere estas cosas puede parecerle extraño
que la Naturaleza venga a disociar y haga a los hombres aptos para invadir y
destruirse mutuamente; y puede ocurrir que no confiando en esta inferencia
basada en las pasiones, desee, acaso, verla confirmada por la experiencia.
Haced, pues, que se considere a sí mismo; cuando emprende una jornada, se
procura armas y trata de ir bien acompañado; cuando va a dormir cierra las
puertas; cuando se halla en su propia casa, echa la llave a sus arcas; y todo
esto aun sabiendo que existen leyes y funcionarios públicos armados para vengar
todos los daños que le hagan. ¿Qué opinión tiene, así́, de sus conciudadanos,
cuando cabalga armado; de sus vecinos, cuando cierra sus puertas; de sus hijos
y sirvientes, cuando cierra sus arcas? ¿No significa esto acusar a la humanidad
con sus actos, como yo lo hago con mis palabras? Ahora bien, ninguno de nosotros
acusa con ello a la naturaleza humana. Los deseos y otras pasiones del hombre
no son pecados, en sí mismos; tampoco lo son los actos que de las pasiones
proceden hasta que consta que una ley los prohíbe: que los hombres no pueden
conocer las leyes antes de que sean hechas, ni puede hacerse una ley hasta que
los hombres se pongan de acuerdo con respecto a la persona que debe
promulgarla.
Acaso puede pensarse que nunca existió un
tiempo o condición en que se diera una guerra semejante, y, en efecto, yo creo
que nunca ocurrió generalmente así, en el mundo entero; pero existen varios
lugares donde viven ahora de ese modo. Los pueblos salvajes en varias comarcas
de América, si se exceptúa el régimen de pequeñas familias cuya concordia
depende de la concupiscencia natural, carecen de gobierno en absoluto, y viven
actualmente en ese estado bestial a que me he referido. De cualquier modo, que
sea, puede percibirse cuál será el género de vida cuando no exista un poder común
que temer, pues el régimen de vida de los hombres que antes vivían bajo un
gobierno pacifico, suele degenerar en una guerra civil.
Ahora bien, aunque nunca existió un tiempo en
que los hombres particulares se hallaran en una situación de guerra de uno
contra otro, en todas las épocas, los reyes y personas revestidas con autoridad
soberana, celosos de su independencia, se hallan en estado de continua
enemistad, en la situación y postura de los gladiadores, con las armas
asestadas y los ojos fijos uno en otro. Es decir, con sus fuertes guarniciones
y cañones en guardia en las fronteras de sus reinos, con espías entre sus
vecinos, todo lo cual implica una actitud de guerra. Pero como a la vez
defienden también la industria de sus súbditos, no resulta de esto aquella
miseria que acompaña a la libertad de los hombres particulares.
En semejante guerra nada es injusto. En esta
guerra de todos contra todos, se da una consecuencia: que nada puede ser
injusto. Las nociones de derecho e ilegalidad, justicia e injusticia están
fuera de lugar. Donde no hay poder común, la ley no existe; donde no hay ley,
no hay justicia. En la guerra, la fuerza y el fraude son las dos virtudes
cardinales. Justicia e injusticia no son facultades ni del cuerpo ni del espíritu.
Si lo fueran, podrían darse en un hombre que estuviera solo en el mundo, lo
mismo que se dan sus sensaciones y pasiones. Son, aquéllas, cualidades que se
refieren al hombre en sociedad, no en estado solitario. Es natural también que
en dicha condición no existan propiedad ni dominio, ni distinción entre tuyo y mío;
sólo pertenece a cada uno lo que pueda tomar, y sólo en tanto que puede
conservarlo. Todo ello puede afirmarse de esa miserable condición en que el
hombre se encuentra por obra de la simple naturaleza, si bien tiene una cierta
posibilidad de superar ese estado, en parte por sus pasiones, en parte por su razón.
Pasiones que inclinan a los hombres a la paz.
Las pasiones que inclinan a los hombres a la paz son el temor a la muerte, el
deseo de las cosas que son necesarias para una vida confortable, y la esperanza
de obtenerlas por medio del trabajo. La razón sugiere adecuadas normas de paz,
a las cuales pueden llegar los hombres por mutuo consenso. Estas normas son las
que, por otra parte, se llaman leyes de naturaleza
[…]
Leviatán
Actividad 2 en
clase:
Responde las siguientes preguntas con base en
el texto:
a) ¿Por qué dice
el Hobbes que los hombres somos iguales entre sí y por qué este hecho nos hace
desconfiados?
b) ¿Por qué el
hombre tiene como condición natural una inclinación a la “guerra”?
c) ¿Cómo se
podría evitar la guerra que nos es natural?
d) ¿Qué sucede en
nuestra vida si no hay ley?
e) ¿Cuál sería la
función del Estado dentro de la resolución de conflictos?
f) ¿Desde la
visión del autor, es necesario pensar en el Estado para poder convivir?
g) ¿Podría
pensarse en el anarquismo como forma de organización social en contra de
Hobbes?
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